La preocupación personal...

Si hay alguna postura que perturbe a un hombre o a una mujer que sufren es la reserva, en su sentido de distanciamiento. La tragedia del ministro cristiano es que muchas personas que sienten una gran necesidad de algo, muchas que buscan un oído atento, una palabra de apoyo, un abrazo de perdón, una mano firme, una sonrisa tierna, o incluso una titubeante confesión de la incapacidad de hacer más, a menudo encuentran a sus ministros como unos hombres distantes que no quieren demasiadas complicaciones, implicaciones personales. Son incapaces, o les faltan deseos de expresar sus sentimientos y afecto, su ira, su hostilidad o su simpatía. La paradoja es que, los que quieren ser «para todos», se encuentran a sí mismos a menudo incapaces de estar cerca de nadie. Cuando todos se convierten en «mis vecinos», vale la pena preguntarse si alguien puede convertirse realmente en mi «prójimo», es decir, aquel al que siento muy cercano a mí.
Después de haber insistido tanto en la necesidad que tiene un líder de evitar que sus propios sentimientos y actitudes interfieran en una relación personal capaz de ayudar parece necesario volver a establecer los principios básicos de que nadie puede ayudar sin sentirse comprometido de algún modo, sin entrar con toda su persona en la situación penosa, sin hablar del peligro de ser dañado, herido o incluso destruido en el proceso. El principio y el final de todo liderazgo cristiano es dar la vida por los demás. Pensar en el martirio puede ser una escapatoria, si no nos damos cuenta de que el martirio significa un testimonio que empieza por el deseo de llorar con los que lloran, reír con los que ríen y de hacer que sus propias experiencias, penosas o gozosas sean capaces de convertirse en fuentes de clarificación y de comprensión.



¿Quién puede salvar a un niño de una casa en llamas sin ponerse en peligro de ser abrasado por ellas? ¿Quién puede escuchar una historia de soledad y desesperación sin arriesgarse a experimentar penas semejantes en su propio corazón, e incluso a perder su preciosa paz mental? En una palabra, ¿quién puede librar a alguien del sufrimiento sin meterse de cabeza en él?
La gran ilusión del liderazgo es pensar que el hombre puede ser sacado del desierto por alguien que nunca ha estado en él. Nuestras vidas están llenas de ejemplos que nos dicen que el liderazgo requiere compartir. Mientras definamos el liderazgo en términos de prevenir o de impedir que se instalen en las almas ciertos antecedentes, o en términos de ser responsables, de alguna forma, del bien general abstracto, hemos olvidado que ningún Dios puede salvarnos, salvo el Dios sufriente, y que ningún hombre puede guiar a las personas que le han sido encomendadas de algún mundo, salvo el que se siente aplastado por sus pecados.
La preocupación personal quiere decir hacer del [...¿necesitado? ¿aconsejado? ] el único que cuenta en un momento dado, el único por el que quiero olvidar todo el resto de mis obligaciones, aunque sean muchas, todos los compromisos programados en mi agenda y los encuentros largamente preparados, no porque no sean importantes, sino porque pierden su urgencia frente a la agonía del [...¿necesitado? ¿aconsejado? ]. La preocupación personal hace posible experimentar que, ir tras la oveja descarriada, es realmente un servicio para aquellos que fueron abandonados.
Muchos pondrán su confianza en el que deja todo y se preocupa solamente por uno de ellos. La indicación de que «realmente se preocupa por nosotros» es a menudo ilustrada por historias que muestran que olvidar los muchos por el uno es un signo de auténtico liderazgo.
No es solamente la curiosidad lo que hace que las personas escuchen a un predicador que habla directamente a un hombre y a una mujer cuyo matrimonio bendice, o a unos niños, o a un hombre al que da sepultura. Escuchan arraigados en una esperanza de que una preocupación personal puede dar al predicador palabras que van más allá de los oídos de los que las escuchan o de aquellos cuyos gozos o sufrimientos él comparte. Pocos escuchan un sermón que puede referirse a cualquiera, pero la mayoría atiende muy bien las palabras nacidas de la preocupación por unos pocos.
Todo esto sugiere que cuando se tiene el coraje de entrar donde se experimenta la vida de la forma más privada y única, uno toca el alma de la comunidad. El hombre que ha empleado muchas horas intentando comprender, sentir y clarificar la alienación y la confusión de uno de sus hermanos, puede convertirse en el mejor preparado para hacerse escuchar por las necesidades de muchos, porque todos los hombres son uno en la fuente profunda del gozo y del sufrimiento.
Es lo que Carl Rogers resaltaba cuando escribió: «... me he encontrado con que los auténticos sentimientos que me han parecido a mí los más privados, los más personales y, por tanto, los más incomprensibles para los demás, tienen una gran resonancia en muchas otras personas. Esto me ha llevado a creer que lo más personal y único en todos nosotros es probablemente el verdadero elemento, que si fuera compartido o expresado, hablaría más profundamente a los demás. Me ha ayudado a entender a los artistas y a los poetas que se han atrevido a expresar su propia unicidad». Así pues parece claro que el líder cristiano es, sobre todo, el artista que puede unir a muchas personas por su coraje de dar expresión a sus preocupaciones más personales.

Nouwen Henri - El sanador herido - PPC - 1971 pp89-91

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