Ser iglesias en tiempos posmodernos

Entre la fosilización institucional y el futuro de una espiritualidad cristiana
Edgardo A. Montecinos Mundaca

En primer lugar, la religión cristiana de los tiempos postmodernos es una religión emancipada de su dimensión institucional. La institución se muestra cada vez más incapaz de regular la vida religiosa de los individuos y darle sentido, por cuanto la conciencia de autonomía en el individuo está cada más vigente. Son cada vez más las personas, especialmente jóvenes, que han renunciado a todas las certezas del pasado: certezas religiosas, políticas, científicas, históricas y culturales. El sentir es de ya no creer nada de lo que las autoridades del tipo que sea están diciendo y han venido diciendo durante siglos.

Muchas personas piensan hoy que todas las autoridades religiosas son excluyentes, creadoras de división y opresoras. Podríamos agregar a esto, los incontables escándalos morales de líderes religiosos que van minado cada vez más la confianza en las instituciones religiosas.

En segundo lugar, y como consecuencia del resquebrajamiento institucional y su incapacidad para normar, el individuo religioso es un ser emancipado respecto de la ortodoxia. Las personas están experimentando la creencia religiosa, ya no desde la objetividad impuesta por las iglesias sino desde la subjetividad del individuo. Lo mismo ocurre en el ámbito de la moral.

En este contexto las personas están encontrando nuevas formas de espiritualidad capaces de satisfacer sus necesidades. Como lo expresa Albert Nolan6, nuestros tiempos se caracterizan por un «hambre generalizada de espiritualidad», es decir, sentimientos de necesidad de una espiritualidad. Anhelamos contacto y armonía con el misterio que está más allá de lo que podemos ver, oler, oír, gustar, tocar o pensar, pero que experimentamos en todas estas dimensiones sin dar preeminencia a ninguna de ellas.


Esta búsqueda ha llevado a las personas a trascender las cosmovisiones científicas y mecanicistas propias de la modernidad, en busca del gran misterio que no experimentan en las iglesias tradicionales. Las iglesias tienden a ser vistas como pura institucionalidad y en ellas sólo se encuentran enseñanzas autoritarias, rituales vacíos y dualismos.

Como hemos visto, este proceso de des-institucionalización no es el fin de la creencia religiosa, sino que, se trata específicamente de un fenómeno de transformación de la experiencia religiosa, no necesariamente de su debilitamiento. Es por ello que los sistemas de medición que habitualmente se han utilizado para medir la intensidad religiosa no reflejan la realidad. Esto se debe a que son sistemas que miden la intensidad de la práctica religiosa tradicional – misas, cultos, ceremonias, actividades pastorales –, es decir, son precisamente prácticas institucionales y colectivas que en medio de esta transformación han perdido significación. Esto que hemos dicho habrá que tomarlo muy en cuenta si queremos – si es que se puede en este nuevo panorama – medir la intensidad religiosa de los sujetos de forma más fidedigna. Frente a este nuevo fenómeno cultural una parte del cristianismo reacciona de manera insensible, refugiándose en las viejas paredes de su cosmovisión anti-moderna, rehuyendo así de la problemática. Otros se lanzan ciegamente a los brazos caprichosos de los vientos de moda sin una adecuada reflexión. Ambas respuestas nos parecen respuestas inadecuadas al desafío religioso que nos impone la postmodernidad.

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