La Biblia se sostiene por sí misma - Francis A. Schaeffer

A menudo la gente me dice: «¿Cómo es posible que Ud. parece poder comunicarse con todas esas personas tan alejadas de nosotros? Parece Ud. capaz de hablar de tal manera que ellas entienden lo que Ud. les dice, incluso cuando no lo aceptan». Debe de haber un buen número de razones para que ésto suceda así; pero, una de ellas, es que trato de llevar a esta gente a considerar la totalidad del sistema bíblico y su verdad sin apelar a la autoridad ciega. Es decir: como si creer significara creer simplemente porque nuestras familias creen, o como si el intelecto no tuviera nada que ver en esta cuestión. No, no apelo a esta autoridad ciega, sino a la verdad de la Biblia.

De esta manera llegué a ser yo un cristiano. Crecí en una iglesia de teología «liberal» (modernista), y llegué a la conclusión de que la única respuesta, si hacía caso a lo que allí oía, era el agnosticismo o el ateísmo. Sobre la base de la teología liberal, creo que jamás hice una decisión más lógica en toda mi vida. Me convertí en un agnóstico, y comencé a leer la Biblia por primera vez, con el objeto de compararla con ciertos aspectos de la filosofía griega. Hice esto honestamente, dado que había abandonado lo que yo creía era cristianismo; pero nunca antes había leído toda la Biblia, del principio al fin. En el período de unos seis meses, me convertí en cristiano porque me convencí de que la respuesta completa que la Biblia presenta era ella sola suficiente para los problemas que yo entonces me planteaba; suficiente, además, de una manera realmente interesante e inteligente.

Siempre he tenido la tendencia de pensar visualmente, así que he considerado mis problemas como pelotas lanzadas al aire. Entonces, yo no conocía tantos problemas básicos del pensamiento humano como ahora. Pero, lo que me fascinaba (y me fascina) era que, cuando yo acudía a la Biblia, me encontraba con que a los problemas no se les eliminaba —a la manera de un arma anti-aérea que fuera disparando contra las pelotas reventándolas— sino que eran despachados de una manera mucho más fascinante. La Biblia resolvía —y resuelve— los problemas en el sentido de que, pese a mis limitaciones, yo podía permanecer de pie como agarrando un cable con mi mano y en el que todos los problemas se relacionaban unos con otros, como en un sistema, dentro del trasfondo de lo que la Biblia dice que es verdad. Una y otra vez, he visto repetida mi experiencia personal. Es posible tomar el sistema que enseña la Biblia, bajarlo hasta el mercado de las ideas y dejar que se mantenga firme y hable por sí mismo.

Notemos que el sistema de la Biblia es fascinantemente distinto de los demás, porque es el único sistema en religión o en filosofía que nos dice por qué una persona puede hacer lo que cada hombre debe hacer, es decir: comenzar consigo mismo. No hay, en realidad, otra manera de comenzar aparte de nosotros mismos —cada hombre ve a través de sus propios ojos— y, no obstante, esto entraña un problema real. ¿Qué derecho tengo de comenzar aquí? Ningún otro sistema me explica mi derecho a hacerlo. Pero la Biblia me ofrece una respuesta, me dice por qué puedo hacer lo que debo hacer, o sea: comenzar conmigo mismo.

La Biblia dice, en primer lugar, que en el principio todas las cosas fueron creadas por un Dios personal e infinito, Dios eterno que siempre había existido. La realidad del ser, por consiguiente, es intrínsecamente personal más bien que impersonal. Luego, la Biblia prosigue y dice que Dios creó todas las cosas fuera de él mismo. La expresión «fuera de él mismo», me parece la mejor manera de explicar la creación al hombre del siglo veinte. No pretendemos usar esta frase en un sentido espacial, sino simplemente negar que la creación sea cualquier clase de extensión panteística de la esencia de Dios. Dios existe —un Dios personal que siempre ha existido— y ha creado todas las otras cosas fuera de él mismo. Así que, dado que el universo tuvo un comienzo personal, el amor y la comunicación (que constituyen grandes preocupaciones para los corazones de los hombres del siglo veinte) no son contrarios a lo que intrínsecamente es. Porque la realidad del ser es eminentemente personal. El universo tuvo un comienzo personal, contrario a todo comienzo impersonal, y, en tanto que tal, esos anhelos de amor y de comunicación que anidan en el corazón del ser humano no son contrarios a lo que intrínsecamente es. El mundo es un mundo real, por cuanto lo ha creado Dios verdaderamente fuera de él mismo. Lo que él ha creado es objetivamente real, de manera que existen verdaderas causas históricas y sus consiguientes efectos.

Hay historia verdadera y un verdadero yo. En este marco de una historia significativa, la Biblia afirma que Dios hizo al hombre de una manera especial, a su propia imagen y semejanza. Si no entiendo que la relación básica del hombre tienda hacia arriba, debo tratar de hallarla abajo. Al relacionarla con abajo, es posible acabar finalmente identificándose con los animales; pero quien llegara a este punto hoy demostraría ser una persona muy pasada de moda.

Hoy, el hombre moderno trata de relacionarse con la máquina. Pero, la Biblia dice que mi línea de referencia no necesita ir hacia abajo. Tiende, por el contrario, hacia arriba, por cuanto he sido hecho a imagen de Dios. El hombre no es una máquina. Si rechazamos el origen intrínsecamente personal del universo, ¿qué otra alternativa nos queda? Debemos decir muy claramente, muy enfáticamente, que no existe ninguna otra respuesta final, excepto que el hombre es un producto de lo impersonal, sumado al tiempo, más mutación, y azar. Nadie ha tenido éxito nunca al tratar de encontrar la personalidad sobre estas bases, aunque algunos, como Theilard de Chardin, lo han intentado. Pero, es imposible. La conclusión de que somos los productos naturales de lo impersonal, sumado al tiempo, a la mutación y el azar, es la única posible. A menos que comencemos con la personalidad. Ahora bien, nadie ha demostrado cómo el tiempo, más la mutación y el azar hayan podido producir un cambio cualitativo de lo impersonal a lo personal.

Si esto fuera cierto, estaríamos atrapados sin esperanza. Pero, cuando la Biblia dice que el hombre es creado a la imagen de un Dios personal, nos da un punto de partida. Ningún sistema humanista ha dado al hombre una justificación para que comience por sí mismo. La respuesta de la Biblia es totalmente única. Al mismo tiempo ofrece la razón porqué el hombre puede hacer lo que debe hacer, puede comenzar por sí mismo; y, le informa sobre el adecuado punto de referencia, el Dios personal e infinito.

Todo esto se halla en completo contraste con otros sistemas en los cuales el hombre comienza por sí mismo, sin saber si tiene derecho a obrar así, ni en qué dirección habrá de proseguir el viaje.

Schaeffer, Francis A. Huyendo de la razón. Barcelona, 1969. pp.45-46.
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