La actitud inclusiva de Jesús de Nazareth para con las mujeres y otros grupos discriminados en la sociedad judía, resultaba escandalosa para sus contemporáneos. Esta actitud se traducía en acciones concretas hacia estos grupos: hablar con ellos/as, comer juntos, visitarles, escucharles, bendecirles, sanarles, instruirles, y en especial validarles afirmándolos/as en su identidad como personas.
Asumir una actitud implica asumir una postura frente a algún aspecto de la realidad, que conlleva una disposición del ánimo con manifestaciones exteriores en el lenguaje, en los gestos y la conducta. Tanto la inclusividad como la exclusión frente a algún grupo humano son actitudes que conllevan manifestaciones a nivel simbólico, a nivel de pensamientos (lenguaje y discurso), a nivel emocional (sentimientos) y a nivel de acciones (comportamiento o conducta). Todas las actitudes son aprendidas ya sea por aprendizaje social, por identificación con otras personas, o por instrucción directa adoptando roles sociales (Johnson, 1993). La modificación de una actitud consiste en la inversión de esta cuando es negativa o en la intensificación de la misma cuando es positiva. En este caso la evidencia evangélica nos muestra que la actitud excluyente es negativa y ajena a los principios fundamentales del reino de Dios y de la espiritualidad cristiana, basada en Jesús y su mensaje.
En este artículo nos planteamos la siguiente interrogante: ¿Cómo recuperar la conducta inclusiva de Jesús en la iglesia y en especial en la liturgia? En la búsqueda de respuestas, revisamos la actitud y comportamiento de Jesús hacia las mujeres y otros/as marginados/as en la sociedad judía. También valoramos el seguimiento de la actitud y comportamiento de Jesús en las primeras comunidades cristianas así como el papel de la mujer en el campo litúrgico.
Además es de importancia el comprender las influencias culturales patriarcales judías y grecorromanas que tuvieron un papel decisivo en la discontinuidad con la conducta de Jesús, en el desarrollo posterior a la iglesia primitiva que tuvo el cristianismo. En ese sentido revisamos las actitudes de exclusión en los "padres" de la iglesia, y la luz de inclusión que arrojó el movimiento valdense. También es importante la revisión del concepto del sacerdocio universal de los y las creyentes que el protestantismo aporta y que se torna fundamento teológico para el desarrollo de una actitud inclusiva.
Finalmente nos proponemos caracterizar aquellas liturgias inclusivas que se han desarrollado a partir de la apertura del Vaticano II y las luchas feministas, revisando de esta forma esas características en la liturgia latinoamericana y caribeña.
Esperamos que esta reflexión sea un aporte para revisar cuan inclusivas o excluyentes son nuestras liturgias e iniciar el proceso de invertir las actitudes negativas e intensificar aquellas actitudes positivas que permiten que el género humano se encuentre en un ambiente de respeto, de igualdad y de tolerancia a las diferencias, para celebrar a un Dios que nos crea diferentes y nos ama y respeta por esas diferencias.
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