Algo anda muy mal

Nuestra mente ha sido llevada de un lado a otro por los poderes de este mundo, con lo cual el evangelio de la gracia ha sido relegado al lugar de la esclavitud religiosa, con una imagen distorsionada de Dios, como un eterno contable de mente estrecha. La comunidad cristiana se asemeja a la bolsa de valores, donde el intercambio de obras hace que se honre a una elite y se ignore al hombre común. Se amordaza al amor, se ata a la libertad, se etiqueta la rectitud. La iglesia institucional se ha convertido en algo que hiere al sanado, en lugar de sanar al herido.

Dicho sin ambages: la iglesia norteamericana de hoy acepta la gracia en la teoría, pero la niega en la práctica. Decimos que creemos que la estructura fundamental de la realidad es la gracia y no las obras... pero nuestras vidas refutan nuestra fe. Por lo general, el evangelio de la gracia no se proclama, ni se comprende ni se vive. Muchísimos cristianos viven en la morada del temor, no en la del amor.

Nuestra cultura ha hecho que sea imposible comprender la palabra gracia. Somos ecos de frases y dichos como: «Nada es gratis». «Obtenemos lo que merecemos». «¿Quieres dinero? Trabaja para ganarlo». «¿Quieres que te amen? Esfuérzate por merecer el amor». «¿Quieres misericordia? Demuestra que la has ganado», «Haz con otros como los otros hacen contigo»… «Da a los otros lo que merezcan... pero ni un centavo más». Mi editora en Revell me dijo que oyó decir a un pastor que hablaba con un niño: «Dios ama a los niñitos buenos».

Al oír sermones con un marcado énfasis en el esfuerzo personal -sin dolor no hay ganancias- tengo la impresión de que la moda norteamericana es la de la espiritualidad del «hágalo usted mismo».

Y aunque las Escrituras insisten en la iniciativa de Dios en la obra de salvación -que somos salvos por gracia, que nuestro amoroso Padre es todo amor-, nuestra espiritualidad suele comenzar por nosotros, y no por Dios. La responsabilidad personal ha reemplazado a la respuesta personal. Hablamos de adquirir virtud como si fuera una habilidad que puede conseguirse, como la buena letra o el buen swing en golf. En las temporadas de penitencia nos enfocamos en sobreponernos a nuestras debilidades, librándonos de nuestras ataduras para alcanzar la madurez cristiana. Sudamos con los ejercicios espirituales como si pudieran llevarnos al estado musculoso del Charles Atlas cristiano.

Aunque de la boca hacia fuera hablamos del evangelio de la gracia, muchos cristianos viven como si fuera únicamente la auto-negación y la disciplina personal lo que puede moldear el yo perfecto.

El énfasis se pone en lo que hago yo, no en lo que está haciendo Dios. En este proceso tan extraño, Dios es un benigno y anciano espectador, sentado en la tribuna, que vitorea cuando aparezco temprano en la cancha.

Leemos en el Salmo 123: «Como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su senara», y experimentamos una vaga sensación de culpa existencial. Nuestros ojos no están en Dios. Somos, de corazón, seguidores de Pelagio. Creemos que podemos ascender si tiramos de los cordones de nuestros zapatos, es decir, que podemos hacerlo solos.

Tarde o temprano enfrentamos la dolorosa verdad de nuestra insuficiencia y falta de capacidad. Nuestra seguridad se derrumba, y los cordones de nuestros zapatos se rompen. Cuando el fervor queda atrás, aparece la debilidad y la infidelidad. Descubrimos nuestra incapacidad para agregar siquiera un centímetro a nuestra estatura espiritual.

Aquí comienza entonces un largo invierno de descontento, que al final florece en tristeza, pesimismo y sutil desesperanza; sutil porque pasa casi desapercibida, y por ello no la enfrentamos. Esta adquiere la forma del aburrimiento, de la desazón. Nos sobrecoge lo ordinario de nuestra vida, y las tareas diarias que realizamos una y otra vez. Secretamente admitimos que el llamado de Jesús exige demasiado, que rendirnos ante el Espíritu es algo que está más allá de nuestro alcance. Y entonces actuamos como todos los demás. La vida se vuelve vacía, sin gozo.

Algo anda muy mal.

Todos nuestros esfuerzos por impresionar a Dios, nuestra búsqueda para obtener puntos, nuestra lucha por intentar reparar lo que está mal en nosotros en tanto buscamos esconder nuestra pequeñez, recriminándonos nuestras culpas, le causan náuseas a Dios ... son la rotunda negación del evangelio de la gracia.

Nuestro acercamiento a la vida cristiana es tan absurdo como el entusiasmo del joven que acababa de recibir su licencia de plomero y fue a visitar las Cataratas del Niágara. Las miró durante un minuto y dijo: «Creo que puedo arreglar esto». l

La misma palabra gracia ha sido rebajada y denigrada debido a su uso inadecuado y excesivo. No nos conmueve como conmovía a nuestros antepasados de la iglesia cristiana primera. En algunos países europeos aún se llama «Su Gracia» a ciertos representantes eclesiásticos. Los periodistas deportivos hablan de «la gracia deportiva» de Michael Jordan, y el empresario Donald Trump es conocido por su «falta de gracia». Aparece un nuevo perfume con el nombre «Gracia», y el boletín de calificaciones de un niño llega a ser una «"des-gracia"». La palabra ha perdido su poder de imaginación.

Fyodor Dostoevsky captó el impacto y escándalo del evangelio de la gracia cuando escribió:

«En el juicio final, Cristo nos dirá: "¡Venga, usted también! ¡Vengan, borrachines! ¡Vengan, débiles: ¡Vengan, hijos de la vergüenza!"
Y nos dirá: "Seres viles, que se asemejan a la bestia y llevan su marca, ¡vengan ustedes también, de todos modos!"
Y el sabio y prudente dirá: "Señor, ¿por qué les das la bienvenida a ellos también?"
Y entonces el Señor dirá: "Si les doy la bienvenida, sabios hombres, ...si les doy la bienvenida, prudentes hombres, es porque ni uno de ellos jamás fue considerado merecedor de nada".
Y extenderá sus brazos, y caeremos a sus pies, y lloraremos amargamente, y entonces comprenderemos todo, ¡comprenderemos el evangelio de la gracia! ¡Señor, venga a nosotros tu Reino!»


Manning, Brennan. El Evangelio de los andrajosos. Casa Creación : Lake Mary, Florida, 2004 
(ed. ing. 2000). pp.17-20 .

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