Reflexión misiológica: creencia, experiencia, estructura - Samuel Escobar

Las notas del Protestantismo popular que los misiólogos católicos han venido destacando no son realmente las características del Protestantismo clásico que surgió en el siglo 16. En honor a la verdad histórica no podemos decir que las iglesias luteranas o calvinistas se caracterizasen por la movilización de todos los creyentes para la misión, por el carácter popular de su membresía y sus pastores o por el celo evangelizador. Aunque muchos evangélicos latinoamericanos, y también muchos pentecostales, vean a Lutero y Calvino como figuras patriarcales de su historia espiritual, en realidad los antecesores inmediatos del Protestantismo latinoamericano fueron los pietistas, los moravos y los metodistas del siglo 18, precursores del gran movimiento misionero evangélico que iba a florecer en el siglo 19. Es importante recordar que en estos movimientos hay claros antecedentes del movimiento pentecostal que ha florecido durante el siglo veinte.(1)

Así pues, cuando se trata de imaginar la misión cristiana en el siglo 21 cabe plantearse las preguntas ¿Qué pueden aprender los evangélicos latinoamericanos de sus antepasados en la fe? y también ¿qué pueden aprender de ese Protestantismo popular que se ha multiplicado? Si se observa las creencias y forma de vida de los evangélicos latinoamericanos, el parentesco con los pietistas, moravos y metodistas - nuestros padres en la fe - es más evidente que el que podamos tener con Lutero y Calvino - nuestros abuelos en la fe. Sin embargo, generalmente invocamos más a los abuelos que a los padres. La revisión de nuestra herencia puede ser un factor importante cuando, mirando al futuro, consideramos el desafío misionero específico que se nos plantea en el umbral del siglo veintiuno: la participación latinoamericana en la misión cristiana a escala global. Este examen histórico clarifica una cuestión importante para la misión: la relación entre creencia sobre el contenido de la fe, experiencia de la fe y estructura para la propagación de la fe, tal como se ha dado en las diversas formas del Protestantismo.
Este es precisamente el punto que cabe destacar, porque tanto el gran movimiento misionero protestante de los siglos dieciocho y diecinueve, como el dinamismo misionero de los evangélicos y pentecostales latinoamericanos en el siglo veinte se relacionan directamente con el concepto y la práctica del sacerdocio universal de los creyentes. Este concepto fue formulado primero por Lutero y si lo leemos en contexto suponía un rechazo de dos males predominantes en la cristiandad que él buscaba reformar: el sacramentalismo y el clericalismo. Por un lado el poder exclusivo que reclamaba la institución eclesiástica para administrar la gracia divina mediante prácticas exteriores, a pesar de la condición moral corrupta en la cual la propia institución había caído. Por otro lado el monopolio de los clérigos respecto a las tareas propias de la vida de la Iglesia en la cual los fieles venían a ser simples espectadores.(2)

Lo que Lutero no llegó a crear fueron estructuras nuevas que facilitasen la participación de todos los creyentes como sacerdotes de Dios en el ministerio mutuo. Un siglo después de Lutero las propias iglesias luteranas parecían haber caído en el sacramentalismo y el clericalismo. El Pietismo y los Avivamientos en Europa fueron movimientos de renovación espiritual que llegaron a crear estructuras y prácticas nuevas y contextuales que facilitaron el sacerdocio universal de los creyentes. Este concepto fundamental de la fe evangélica no se puede separar de una visión de la obra del Espíritu Santo en el mundo y de los dones que el Espíritu da a todos los creyentes, verdades que son fundamentales para la práctica y la teología de la misión. Así que me parece que puedo plantear lo siguiente como tesis que vale la pena investigar: que el vigor misionero evangélico de los siglos dieciocho y diecinueve provenía del Espíritu Santo y se pudo manifestar cuando se crearon estructuras que permitían el ejercicio de los dones de todos los creyentes y su participación en la misión.

De la misma manera, el vigor misionero de las iglesias evangélicas populares latinoamericanas en el siglo veinte viene de un impulso del Espíritu Santo, que encuentra iglesias dispuestas a reconocer que el Espíritu da dones a todos y a estructurarse para permitir que el impulso del Espíritu se manifieste. La reflexión en este capítulo se encaminará por dos vías. Por un lado la consideración detenida del proceso histórico que permite establecer con cierta claridad la continuidad entre pietismo, avivamiento wesleyano y movimiento pentecostal. Por otro lado el curso de la reflexión misiológica durante el siglo 20 que ha ido redescubriendo la importancia de reconocer, comprender y seguir la acción del Espíritu Santo en la misión cristiana

© S. Escobar, ProtestanteDigital.com (España, 2009).

Fuente: Protestante Digital.

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