Todo el mundo tiene elementos intocables de su identidad y su cosmovisión: la mamá, la bandera; el partido político, un equipo de fútbol; un objeto religioso, los derechos humanos. Algunos no pueden soportar que se hable mal de Lady D, o de Michael Jackson, Garfield, los Simpson, Chávez, El Chavo. Lo intocable puede ser un objeto, una persona, un candidato, una interpretación de la historia. Obviamente estas son categorías muy variadas, pero siempre, con o sin razón, habrá alguien que considera ridículo lo que otro venera. Como dice la canción de la Orquesta Aragón: “Eso no tiene remedio.”
Para judíos y cristianos, la Tierra Santa ha sido intocable física y teológicamente por siglos. No todos los judíos de hoy están de acuerdo en el asunto, pero en el siglo primero de nuestra era sí lo estaban. Así, los cuatro intocables de los judíos del siglo primero eran: Templo, tierra, Torá y etnia. Algunos debatirían el último, pero no los otros tres. Esto es asunto de los judíos del siglo primero de nuestra era.[1] Lo que resulta teológicamente inaceptable es que haya hoy cristianos con una teología hipersiónica y en consecuencia antibíblica de la tierra,[2] a tal punto que algunos por poco se convierten en cruzados al estilo medieval. Examinemos brevemente el tema de la tierra santa en la Biblia.
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